El componente afectivo destacó en su conducta y en sus escritos. No
es sólo caridad fraterna, fue sensibilidad, pasión, afecto, cariño.
Lo demostró con los pobres, con los enfermos, con su hermano
Francisco, con sus hermanos religiosos.
Dinámico y trabajador Juan de la Cruz fue exigente en la coherencia
entre vida y vocación. Poseedor de un alma artística, es tenido
como artífice literario por el logro de sus obras. Nunca fue, ni
quiso ser un profesional de la pluma. Su obra literaria es
considerada de gran madurez y universalidad, ya que ofrece en ella,
doctrina sustancial y sobria. Juan, fue ante todo un enamorado de la
vida, un poeta, un cantor del amor como símbolo y realidad que
mejor transparenta el ser de Dios.
Como Místico, para Juan de la Cruz Dios es la fuente y raíz de todo
lo que es y hace, dice y escribe, tanto en el plano de su vivir
humano como en el de su profunda religiosidad. Juan es un testigo
por excelencia del Dios trascendente y familiar; trascendente en el
misterio trinitario y familiar en el trato con los hombres. Trató desde la fe, donde Dios se comunica tal y como es,
aunque de noche. Y a través de ella el hombre capta su presencia en
la palabra revelada en la historia, en el corazón.
Juan de la Cruz es una de las figuras más desconcertantes y al
mismo tiempo más transparente de la mística moderna. Él presenta
la inquietante pasión de la búsqueda de Dios, como lo esencial de
la vida de todo hombre. Que su realización es comprender que ha
sido hecho para amar y realizarse en un diálogo de amor con Dios, en
el ansia de apertura de par en par, para ser llenado por Dios.
Juan de la Cruz, nos dice que un hombre lejos de Dios es una
realidad muerta y que la más apasionante de las aventuras y el más
grande de los placeres de la vida humana, es la búsqueda de Dios,
que siempre termina revelando su rostro a aquel que saliendo de sí
mismo le busca por los caminos de la noche, impulsado por el amor.